miércoles, 30 de septiembre de 2009

Capítulo Tercero: Tentempié

Una y otra vez... una y otra vez me tropecé mientras subía por la horrible calle. Todo era tan oscuro que me sentía encojer, no había ninguna luz, ni una sola estrella en el cielo... las nubes y la tormenta lo habían tomado todo.

Era una sensación única, increíble... me sentía empapado por dentro, y olvidaba que las gotas me golpeaban. Seguí caminando... ninguna otra opción... y vos ahí enfrente mío, tan tranquila, tan brillante. No había estrellas en el cielo, pero estabas vos, y brillabas tanto que sentía que mis ojos se salían de sus cuencos, pero no te quería cerca... no quería. Necesitaba de mi soledad, necesitaba subir la calle solo... y la subí.

Tres de la mañana.

"¿Qué hacés acá" te pregunté.
"Nada, siempre estoy acá" me contestaste, tan... tan pacífica. Tan inocente.

Tan cruel.

"Dejame solo... necesito estar solo..." te dije... lo recordás bien. Era un ruego, un pedido. Una búsqueda de sensación de poder.
"Yo siempre voy a estar acá... siempre" dijiste, y no te moviste de tu lugar.

Yo estaba encorvado por el cansancio, empapado por la lluvia constante y las lágrimas, raspado en las rodillas y con las manos entumecidas... y vos ahí tan.... tan...

Tan cruel... tan hermosamente cruel... tan estúpidamente cruel...

Proseguí sin rumbo... tres y media de la mañana. Terminé en una plaza donde tres hombres jugaban a las cartas bajo la lluvia y en el piso. Uno era un anciano, otro era muy joven, y el otro era de mediana edad.

El anciano estaba vestido en harapos, atavíos rotos... sucios. Olvidados. Su cabello estaba limpio y pulcro, y llevaba una extraña corbata que resaltaba por sobre su horripilancia general. Su mirada era pacífica y generosa.

El joven estaba vestido con una campera corta, blanca, y una remera negra bajo ella. Su mriada mostraba impaciencia.

El hombre de mediana edad estaba vestido con un traje impecable, que brillaba por donde se lo mirara, y era el que más ganaba en el juego de cartas.

Me acerqué, curioso... no tenía nada qué perder.

"Ella se fue..." dijo el viejo, tranquilo. Yo me quedé helado... sorprendido. No tenía palabras.
"Si, se fue..." dijo el viejo una vez más. El joven lo miró, me miró a mí y sonrió... su rostro apacible se deformó y mostró dos colmillos filosos y gigantes, junto con una malévola mirada. El viejo tocó el hombrod el joven, que se volvió serio y apacible, y miró sus cartas una vez más.

"Jugás vos ahora" dijo el viejo, señalando al hombre de traje. Sonriente, el hombre se puso unos anteojos negros, miró sus cartas y jugó.
"Gané otra vez... ¡Repartí pendejo!" le dijo el hombre de traje al joven, que lo miró severamente.
"No importa cómo repartas las cartas..." decía el hombre de traje: "...yo siempre gano. No sé si es racha o qué..."

Hubo un silencio sepulcral. El viejo se paró agresivo, y pateó las cartas.
"¡La lluvia no me deja ver!" gritó.
El joven emitió un alarido extraño, y saltó encima del anciano.
Yo estaba paralizado... horrorizado, era una visión terrible. El joven empezó a ahorcar al viejo, mientras el hombre de traje mezclaba el mazo, y al cabo de un rato el viejo dejó de respirar. Luego, el joven corrió hacia el hombre de traje y le quitó sus anteojos, sin que éste opusiera resistencia, después se sentó lentamente y comenzó a devorar el cadáver del anciano.

"¿Viste?" me dijo el hombre de traje, "Hoy la juventud aprende rápido cómo son las cosas. Es hermoso".

Finalmente conciente decidí correr... la lluvia cegaba mis ojos y entorpecía mis movimientos, pero debía salir de ahí, tenía que salir...

Tres y media de la mañana... me perdí.