jueves, 20 de agosto de 2009

Primer Capítulo: Camino

Todo era confuso para mí. Todo lo era... no entendía mucho de lo que pasaba realmente. Empecé mi caminata como si fuera un calvario, una marcha hacia el frente... hasta podía imaginar una línea de enemigos frente a mí, espadas al viento y gritos ensordecedores que clamaban por mi sangre.

Empecé a caminar tranquilo, en medio del calor que me rodeaba. Las calles se hacían estrechas a mis lados, y como yo sentía que las paredes se unían, empecé a caminar en el medio de la calle.

Dos de la mañana.

Todo tranquilo en el horizonte... todo estaba igual que siempre. Pareciera que un pintor tomara la calle, la hiciera un cuadro y cada tanto fuera y la pusiera allí mismo... increíble. Parece imposible, pero es real... las calles, salvo cambios ocasionales... siempre son iguales. Lo único que cambia es la manera de caminarlas.

Dos de la mañana.

Todo tranquilo en el horizonte... yo seguía en lo mío, alejándome de vos... tratando de no atormentarte conmigo otra vez. Era imposible para mi, ¿entendés?... No podía soportar mirarte esa noche... incluso esta noche hago un esfuerzo gigante por no mirarte. Me cuesta horrores no mirarte, no hablarte... me cuesta demasiado... ¡demasiado! Pero en ese momento tenía que seguir... tenía que hacerlo. La noche apremiaba y era el momento de decidirme.

Había pasado un día maldito, como todos los días malditos. La había visto a ella... a ella... esa que te conté. Nunca te agradó saber de ella, nunca te gustó que te hablara de ella... pero cómo no hacerlo, ¿no? Incluso sabiendo lo que tenías para decirme, y no me gustaba.

Nunca nos gusta cuando nos dicen la verdad. Siempre la pedimos, pero cuando llega...

En fin... la había visto a ella, a Diosa. Diosa... incluso ahora algo se me mueve por dentro al recordar tanta belleza junta... tanto deseo... tanta crueldad... tanto había para ver, que mis ojos no sabían de nada que no estuviera en Diosa, todo lo que estaba fuera de Diosa no servía, no estaba ahí...

Cuando vemos demasiado, nos volvemos ciegos.

Había hablado con Diosa ese día, un diálogo que me trajo acá con vos. Fue algo extraño, algo repentino... no entendía. Ahora entiendo, y esa noche, en la que empecé a caminar, también entendía.

- Tengo que hablar con vos, Viajero - me dijo, mientras se acomodaba la ropa. Todo lo hacía con tanta gracia, tanta... falta de importancia.
-¿Por qué ese silencio? - siguió - Nunca tenés nada para decir... parece mentira. Estoy harta de los monólogos. Dejame que te diga una cosa... esto así no funciona. Hay que ser prácticos en esta vida Viajero, y no puedo seguir así con vos. Es difícil para mí, ¿entendés? Ser Diosa no es un trámite... la gente espera algo de una, y yo se lo tengo que dar. No te pongas triste pichón... la vida es así, hay cosas que se van y cosas que se quedan.-

Yo la miré, impávido... y ella me miró como si esperara una respuesta positiva, un asentimiento sin rebeldía. Había en ella algo distinto... una belleza trágica la rodeaba, una mirada vacía y a su vez cargada de algo que yo no podía comprender.

-La que se va... sos vos... lo que se queda... es mi vacío - le dije. Y me fui.

La que se fue... fue ella. Lo que se quedó... fue mi vacío. Pero ahí estabas vos para llenarlo, y me fui a encontrar con vos para hablarte. Para hablarte de cómo Diosa me había cegado con su belleza, pero al final me había dejado sin nada, como quien tira un paquete al basurero. Cómo fui engañado al dejar a mis ojos hacer el trabajo de mi cerebro... sí.

Diosa no estaba más en mi vida.

Dos de la mañana. Dos horas antes, Diosa me habia echado de su vida, y se había expulsado de la mía. Era difícil para mí asimilarlo... no podía. Había empezado a caminar con la certeza de su ida... con noticias que caían en mi cabeza como granizo.

Una de la mañana... el grito. El grito que me hizo acudir a vos. Había caminado sin rumbo por una hora, hasta que me decidí volver a la casa de Diosa. No podía irme así... no podía no luchar. Era Diosa... era... mía. Debía volver a verla una vez más... a decirle que...

A decirle nada.

Una de la mañana... llegué a la casa de Diosa a la una de la mañana. El grito casi me rompió los oídos... pero rompió completamente mi corazón. La vi al lado de su ventana un segundo, como siempre... ella solía asomarse para sentir el fresco viento en su rostro inmaculado.
Fue lento... para mí.

Su grito.
Su salto.
Su caída.

Una de la mañana... me acerqué a ella y lloré como nunca, arrodillado a su lado. Ella me miró... se rehusaba a irse.

-¿Por qué volviste...? ¡No... no te quiero acá...! - me dijo.

-La que se va... sos vos... lo que se queda... es mi vacío - le dije. Y me fui.

Esta vez si me fui... corriendo. Fui y te encontré a vos... ahí, en la costa. Y te conté todo... siempre lo hice. Siemrpe te conté todo y no podía romper el ritual... pero me quebré. Necesitaba caminar. Y constante... comprendí que debía aprender mucho. Aprender... continuar.

Continuar en un mundo donde Diosa... había muerto.

Dos de la mañana... y era temprano para mí.

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